A los 28 años Milton Hershey acumulaba dos fracasos empresariales, dos bolsillos totalmente vacíos y una familia que había aportado todos sus recursos para apoyar sus emprendimientos. En lugar de echarse a llorar, se lanzó a una tercera aventura, sin capital de trabajo y apenas una orden de un comprador. Allí comenzó la historia de una las empresas de chocolates más famosas y ricas del mundo.
Se arriesgó a montar una planta de producción de caramelos con un escasísimo capital. Logró convencer a un conocido importador inglés de comprar sus caramelos, con el compromiso de producir una cifra absurdamente alta. Con la orden de compra en la mano, Hershey convenció a un banquero local para que financiara la expansión de su fábrica. Y lo logró.
En cuatro años Milton Hershey tenía una de las empresas de caramelos más prósperas de los Estados Unidos.
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